7 de diciembre de 2017

EL HAMBRE


El callejón solía estar desierto a esa hora de la madrugada. Solo de vez en cuando algún desprevenido, algún borracho o en ocasiones un vagabundo, entraban al lugar para encontrar su muerte.

La escasa iluminación le facilitaba acechar entre las sombras, aunque en ocasiones, cuando el hambre se apoderaba de él, no podía controlar el resplandor rojo que salía de sus ojos y que delataba su presencia. Sin embargo, cuando los incautos veían esos puntos rojos en la oscuridad, era demasiado tarde para ellos.

Y sus ojos brillaban esa noche con fuerza. El hambre invadía su cabeza y sus entrañas impidiéndole pensar con claridad. Aunque un par de días atrás había destrozado el cuello de un anciano, al parecer un vagabundo, succionando toda la sangre que pudo por la herida, el efecto de la sangre vieja duraba unas pocas horas y era muy difícil que un alma joven se acercara a ese callejón de noche. Tenía que conformarse con lo que lograba atrapar para sobrevivir aunque no le dieran la energía suficiente para abandonar ese lugar. No podía hacer nada distinto de esperar a que algún desafortunado entrara en su trampa mortal.

*   *   *

La mujer no sabía qué más hacer. Había ocultado con éxito su estado hasta el final, pero ahora tenía una criatura en sus brazos y no podía volver con ella, pues sería revelar lo ocurrido a su congregación. Sería expulsada inmediatamente y no tenía a dónde ir ni a quién acudir. Apenas si había logrado inventar una excusa creíble para ausentarse un par de días sin despertar sospechas.

Ella sabía que no había otra solución. Lo había pensado durante mucho tiempo, desde que se había enterado que estaba embarazada y lo único que tenía claro era que no estaba dispuesta a dejar su vocación por culpa del hombre que la había violado. Sabía que la hermana Concepción era implacable con las reglas. Ya había visto a una de sus compañeras, años atrás, arrodillada en la mitad del patio con otro bebé en los brazos suplicando clemencia, sin lograr despertar un ápice de compasión en la madre superiora. Sin embargo, también traicionaría su vocación si no encontraba una alternativa antes del día siguiente, cuando tenía que regresar al convento.

Deambuló sin rumbo durante todo el día, fingiendo que buscaba una solución que en el fondo presentía inexistente. La angustia hizo que el día pasara para ella en un instante y la noche llegó sin que se diera cuenta, pero siguió caminando, atravesando calles, barrios, parques, sin pensar en los peligros a los que se exponía. Las horas nocturnas pasaron y llegó la madrugada. Tenía claro que no podía aplazar más la decisión. Levantó la mirada al cielo e hizo una última plegaria antes de cometer el acto que tal vez la atormentaría para siempre, y pidió al Señor que le mostrara el camino. Entonces bajó la mirada y vió la entrada al callejón.

*   *   *

Aunque la ausencia de alimento había debilitado sus sentidos ultra humanos, sintió la presencia de la sangre nueva antes de que la mujer asomara por la esquina. El hambre lo debilitaba, pero cuando una víctima se aproximaba, podía sentir que la fuerza de otras épocas volvía por un pequeño instante. Sus músculos se tensaron como la cuerda de un arco, esperando a ver qué traía el destino esa noche a su mesa. Unos segundos después la mujer entró apresurada al callejón.

Es muy joven, pensó con mórbido placer y una sonrisa. La mujer entró dubitativa, avanzó unos pasos y después de algunos metros se detuvo y miró hacía un rincón. Continuó caminando lentamente hacia el fondo repitiendo esta rutina varias veces, lo que la acercaba poco a poco al lugar donde el monstruo colgaba escondido entre las sombras. Por un instante pensó que estaba ebria, pero no pudo detectar ningún rastro de alcohol en su aroma. Descartó pronto la idea, concentrándose en escoger el momento exacto para atacar sin tener que gastar mucha energía. Unos pasos más, acércate unos pasos más y podré saborear tu sangre joven y dulce.

Si hubieran pasado cinco segundos más, sus fauces habrían desgarrado el cuello de la joven, pero entonces escuchó el llanto.

¡Es un infante!, pensó al tiempo que su cuerpo era presa de una euforia que no había sentido en mucho tiempo. A pesar de todos los siglos vividos parasitado a la humanidad, nunca había probado sangre tan joven. Pudo percibir que no tendría más que algunos días de nacido y supo que este bebé podía ser quien lo salvara de la extinción. Pero sus fuerzas eran escasas, no estaba seguro de poder arrebatarle el niño a la mujer, tal vez si la matara a ella primero… pero entonces la mujer lanzó una última mirada al extremo por el que había entrado, puso el bulto que cargaba en el suelo y salió corriendo al tiempo que rompía a llorar.

¡No podía creer su suerte! El bebé era suyo, todo suyo, y no tendría que gastar nada de la preciada energía que aún le quedaba. Al contrario, podría saciarse con el niño, vaciar hasta la última gota de sus vasos sanguíneos y reunir la fuerza que necesitaba para salir de aquel lugar y encontrar uno mejor antes de que el sol saliera y lo dejara de nuevo confinado a esconderse entre las sombras del callejón, esperando la llegada de la noche, cuando tal vez las energías obtenidas ya se habrían agotado.

Se soltó de la cornisa y aterrizó a un metro del niño sin producir el menor ruido al caer. No se apresuró, quería disfrutar cada momento del festín que le esperaba. El bebé aún lloraba. Se agachó y lo alzó del suelo con sus garras. Acercó la nariz a la pequeña cabeza, embriagado con el aroma del recién nacido y la energía que emanaba de él. No podía esperar más. Levantó con un dedo su cabeza, descubriendo el cuello diminuto y entonces el niño abrió los ojos llorosos y lo miró.

Recuerdos que estaban enterrados en lo profundo de su mente emergieron de forma incontenible. Recuerdos que creía extintos siglos atrás, de la época en que aún era un humano como los que ahora cazaba. Recuerdos de una esposa, un hogar, un hijo que cargó al momento de nacer, un hijo que también había abierto los ojos y lo había mirado casi de la misma manera que el bebé que ahora sostenía.

Entonces fue muy claro para él que no podría hacerlo y sintió algo que creyó imposible: Los recuerdos eran más fuertes que el hambre.

*   *   *

La clínica abría a las seis y cuarto. En otras épocas del año aún era oscuro a esa hora, pero el sol resplandecía esa mañana a media altura.

━Bueno, es hora de empezar━, dijo la mujer al tiempo que abría desde adentro el portón principal. Alzó del suelo dos pancartas que identificaban el servicio médico gratuito que se prestaba allí, salió para ubicarlas encima de la entrada y estuvo a punto de tropezar con el bulto negro que estaba al lado de la puerta. Su primer sentimiento fue de desconfianza. La tela oscura que lo cubría parecía vieja. No, antigua era una mejor descripción. La tocó suavemente con la punta del pie, y quedó petrificada al escuchar el llanto.

Dejó caer al piso los letreros, levantó la tela por un extremo y vio al bebé. La desenrrolló completamente, sacó al niño del fardo y entró con prisa al edificio para hacerle un examen preliminar mientras llegaba el doctor de turno esa mañana.

La sorpresa y el afán evitaron que la mujer notara la tenue quemadura con forma humana que podía entreverse sobre los escalones y que parecía tocar con su brazo la tela tirada en el suelo. Tampoco vio la poca ceniza que quedaba después de que la brisa matutina hubiera esparcido el montón original por toda la calle y que ya estaba a punto de desaparecer.

César Mauricio Heredia
Noviembre 2017

4 de junio de 2017

Mis escritos publicados

En un acto de narcisismo descarado, publico los links a mis escritos que se pueden encontrar en Internet:

Cuentos:

Pornstar

Una cita afortunada

Cuestión de timing

Pequeña discusión

Vocación

El hambre

Una reseña al libro en el que publicaron mi cuento Quisiera verte hoy.

Y mi tesis de grado